Sunday 23 August 2009

Lo escencial es invisible para los ojos



En una fría mañana de Enero del 2.007, un joven sacó su violín en la entrada de uno de los Metros de Washington y comenzó a tocar. Durante 45 minutos interpretó seis complejas obras de Bach. Durante ese tiempo pasaron por esa estación algo más de 1.000 personas, camino de la Universidad, Colegios, trabajo…
A los cinco minutos un caballero, de los muchos que pasaban, se dio cuenta que había una persona tocando el violín en la estación. Un poco más tarde una mujer tiró un dólar al violinista, el primer “pago” de la mañana, agradeciendo su música en esa fría mañana de enero. Un poco más tarde, otra persona se paró a escuchar la música, pero al momento continuo su marcha al trabajo.
Según cuenta el propio violinista, quienes más atención pusieron a su música fueron los niños que por allí pasaron acompañando a sus padres, posiblemente en dirección al colegio. Uno de ellos se paró ante él ensimismado y tuvo que ir su madre a buscarlo para llevarlo de vuelta al metro. Esta situación se fue repitiendo con muchos de los niños que por allí pasaban, y todos los padres les insistían en no pararse y seguir caminando.

En los 45 minutos que estuvo tocando el violinista, sólo 7 personas se pararon y únicamente 20 le dieron algo de dinero, pero sin parar en su camino. Al final de los 45 minutos el violinista había recaudado 32 dólares.
Terminó de tocar, guardó el violín en su estuche, se hizo el silencio en la estación de Metro y pareció como si nadie hubiese advertido su presencia durante este tiempo. Por supuesto, no hubo aplausos ni ningún tipo de reconocimiento por las obras interpretadas; sólo silencio y gente pasando por la estación como siempre.
Ninguna de las aproximadamente 1.000 personas que pasaron por la estación, durante los 45 minutos que duró el concierto, se dio cuenta de que aquel violinista era
Joshua Bell; uno de los mejores violinistas del mundo, interpretando las obras más complejas escritas alguna vez, con un violín valorado en unos 3,5 millones de dólares.
Sólo 2 días antes de esta actuación en el Metro de Washington, Joshua Bell llenó uno de los principales teatros de Boston, con una media de entrada de 100 dólares.
Esta es una historia real organizada por el periódico “The Washington Post“, como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de las personas.
La idea consistía en lo siguiente: si en un ambiente banal, como puede ser una estación de metro, a una hora intempestiva (a las 7:00 de la mañana), ¿se podría percibir la belleza? ¿La gente se detendría ante uno de los mejores intérpretes de música del mundo? ¿La gente se detendría a apreciar la belleza? ¿Reconocerían el talento en un entorno inesperado?
Una de las conclusiones a las que llegaron los sociólogos del Washington Post, ante este experimento, fue que si en nuestro día a día, en nuestros ambientes más cotidianos, no somos capaces de detenernos a escuchar a unos de los mejores músicos del mundo, interpretando la mejor música escrita… ¿Qué otras cosas nos estaremos perdiendo?
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No es mala pregunta, verdad? A saber la de “Genios” que pasan a nuestro lado ante nuestra indiferencia, y no sólo en el Metro… en nuestras casas, en nuestros trabajos, entre nuestros amigos… A saber la de obras de arte que pasan delante de nuestros ojos, día a día, sin que le prestemos el más mínimo interés…
Hace poco me mandaba un mensaje una amiga Ana. En el mensaje adjuntaba la foto de otro buen amigo y magnífico fotógrafo: Víctor Nuño. Era una foto tomada por un camino por el que ella estaba acostumbrada a pasar de forma habitual… hasta que un día gracias a otra visión, en este caso la de Víctor, como ella mismo nos decía: “lo habitual se convierte en sorpresa, en nuevo colorido… Y es que lo esencial solo se ve con los ojos del corazón…“
Creo que no podría terminar mejor mi razonamiento que con esta frase del Principito: “Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos”
Sería maravilloso que en lo “habitual”, en lo “rutinario” pusiéramos siempre el corazón, quizá nos sorprenderían más violinistas de los que pensamos.

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