Friday, 28 August 2009

Champiñones





Fuente:AngusMcPhallonhttp://mystangus.blogspot.com


Como investigador, siempre fui un firme partidario del trabajo de campo experimental. Más allá de la riqueza que proporciona la atenta lectura de los trabajos de mis colegas, así como los fascinantes debates con discípulos y amigos, nada iguala a lo que se aprende en el terreno. Es por ello, que con un discípulo con el cual nos habíamos enfrascado en apasionantes conversaciones sobre la naturaleza mágica de los hongos alucinógenos, tomamos la decisión de embarcarnos en un viaje iniciático hacia lo más recóndito de la jungla chiapaneca en el sur de México, a la sombra de las sagradas y misteriosas ruinas mayas de Palenque, en busca del preciado elemento. De este modo, luego de atravesar la selva a machetazo limpio, huyendo de los gigantescos tábanos venenosos, evitando los retenes militares, los ataques de los guerrilleros zapatistas y las incursiones de los fieros indios reducidores de cabezas, llegamos a la aldea de la tribu de los indios hippytecas, denominada “Panchán”, en donde fuimos hospedados en una cabaña especial para hombres blancos. Luego de explicarles que no éramos enviados de los dioses, sino simples investigadores, dejaron de hacernos reverencias y prosiguieron con su vida normal, por lo que pudimos observar sus curiosas costumbres salvajes y primitivas, entre las que se destacaban las danzas hasta entrar trance y sus acrobacias con fuego. Al día siguiente de llegar, le preguntamos a un chamán donde conseguir los preciados hongos y como es el ritual de su ingesta. Éste nos indicó como llegar al hogar de la hechicera que los recolectaba y nos explicó que luego de un día de ayuno y preferentemente al ocaso, debíamos ingerir alrededor de cinco hongos cada uno. También nos explicó que para que el viaje sea más efectivo, debíamos esperar el efecto alucinógeno dentro de la cabaña y cada uno acostado en su litera. Cumpliendo con las indicaciones del chamán, a eso de las seis de la tarde del día siguiente nos comimos cinco hongos cada uno acompañados con miel para camuflar su mal gusto, y luego de dar una vuelta por la selva para moderar la creciente excitación que nos embargaba, nos acostamos en nuestras camas a esperar el efecto. A los quince minutos de estar acostado, la consistencia de la realidad comenzó a ponerse rara. Entonces, cerré mis ojos, y observé maravillado una lluvia de colores – verdes, violetas y azules – danzando en plena armonía con los sonidos externos de la selva y de los ensayos de los músicos. Cuando volví a abrir los ojos, me miré las manos, y al moverlas, vi que dejaban como una especie de estela y además las sentía como si fueran de goma, como si no tuvieran huesos ni ningún tipo de restricción mecánica. Además, sentía a mi cuerpo totalmente disociado, como que no me pertenecía, sino que era parte del todo. Luego, volví a cerrar mis ojos y me dejé guiar por mi mente, como surfeando cada pensamiento que pasaba por mi cabeza. Asimismo, comencé a sentir a mi cama como gelatinosa, pero tremendamente confortable. De repente, sentí que mi cama era tomada por las garras de un ave, del cual sentía el movimiento de sus alas por encima de mi cuerpo. El ave comenzó a llevarme a través de un túnel decorado con guardas de estilo indígena de colores amarillos y naranjas. En pleno vuelo, me di cuenta que estaba pensando sin palabras ni imágenes, lo cual fue una revelación tan desconcertante como grata. Luego, sentí que comenzaba a pensar el mismo pensamiento con dos cerebros a la vez. El usual y cotidiano, en el cual predominaba el pensamiento racional compuesto por palabras e imágenes, y el segundo, el de la revelación, compuesto por sensaciones y conceptos, el cual se burlaba del primero y le ponía manualmente significados a sus palabras y razonamientos, demostrando así su superioridad. De repente, el túnel desembocó en un lugar oscuro y desagradable y el ave me preguntó si me animaba a proseguir. Decidí que no quería, y abrí los ojos. Al abrir los ojos, pensé que se había acabado el efecto. Sin embargo, al observar hacia el techo, vi que este subía y bajaba al ritmo de mi respiración. De este modo, me di cuenta de que todavía seguía viajando y por eso me deje llevar y disfrutar de la experiencia. Volví a cerrar los ojos y nuevamente observé luces de colores bailando al son de las cítaras, bajo una hermosa sensación de placer. Al abrir los ojos, pensé que la sensación de bienestar se iba a ir al observar a la prosaica cabaña. No obstante, sentí a la cabaña como parte de un todo del cual yo también era parte, y me sentí bien. Luego, al oír los quejidos guturales de mi discípulo desde la cama de al lado, supuse que eso sí definitivamente arruinaría mi sensación de placer, sin embargo, a él también lo entendí como parte del todo, y me seguí sintiendo bien. En eso, mi discípulo me preguntó cómo me sentía. Le contesté que estaba bárbaro y le describí mi revelación. Él me respondió que él no vio nada y que no viajó. Yo le respondí que eso era mentira, puesto que lo había visto observarse las manos riéndose durante un buen rato. Le recomendé que se dejase llevar, que se fijara lo que estaba detrás de sus pensamientos y que surfee su mente. Me respondió que no entendía lo que le decía y le agarró tal ataque de risa, que me contagió al punto de estar al rato los dos descostillándonos de risa con ganas. A continuación, volví a cerrar los ojos y me puse a pensar que nos habían estafado con los hongos y que estos no servían para nada. Entonces, el cerebro sensorial me ordena que mire alrededor, y al hacerlo, me encuentro en una especie de discoteca psicodélica acompañado por un dragón que me pregunta - sin palabras-, si me seguía sintiendo estafado por los hongos y me señala que para mantener rodando esta visión, estaba pedaleando. Dejé de pedalear, y abrí los ojos nuevamente acostado en mi cama de la cabaña. Allí, comencé a tocar todo lo que tenía alrededor, y sentía como si tocara por primera vez. Me sentía maravillado por la consistencia de todas las cosas. Estuve jugando durante un rato con una simple remera de tela, absolutamente maravillado por su sedosidad que se filtraba por entre mis dedos .Luego, me paré para tomar agua y para ir al baño, y cuando regresé, en vez de acostarme en la cama, me paré apoyado contra la pared. Allí comenzó una segunda fase del viaje. Esta fase ya no era psicodélica, sino de una lucidez increíble, pensaba a mil por hora y con una claridad meridiana. Comencé a hacer un racconto de lo vivido, y a interpretar cada suceso. Pude darme cuenta de cómo en toda mi vida había pensado racionalmente, es decir, sólo con palabras e imágenes, y de lo limitado que dicho tipo de pensamiento resulta. Me acordé como el cerebro de conciencia superior se reía del cerebro racional y lo enfrentaba presentando imágenes sensoriales totales. Estos son los hechos, queridos amigos, el análisis de dicha experiencia queda abierto para el debate.

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