Cuando eres víctima de una intrusión y robo, se siente tanto coraje e impotencia que crees ver a el/los ladrón/es/as en cada persona que te encuentras en los momentos posteriores al atraco. Se sospecha de ninguno pero se desconfía de todos. Hacer el inventario de lo robado es doloroso para algunas personas por el apego sentimental y los recuerdos que esas cosas materiales materializan en la mente al volver a vivir esos momentos.
Duele ver a tu pareja sentirse insegura y ultrajada al saber que alguien estuvo hurgando nuestros espacios, parado en nuestra habitación, contemplando las camas de nuestros hijos, tocando y manchando con su intrusión nuestro espacio familiar vital.
Cuando los culpables no tienen rostro, ni lo tendrán, y cuando lo verdaderamente importante para una familia de bien, no es lo material, se superan esta clase de tragos amargos, y se tiene la certeza de que juntos, se puede con todo.
Cuando quien te roba tiene rostro, nombre y apellido, y resulta familiar tuyo, eso debe ser devastador, la traición, no debe perdonarse. Al que daña a su familia con premeditación se le debe desconocer y segregar, aunque estemos hablando de las mismas cosas que cuestan y valen, pero siguen siendo cosas.
Así está la cosa...
¿Que cosas no?
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