No tengo ninguna duda del inconmensurable valor de la mujer, a lo largo de mi pelona vida me he encontrado rodeado de ellas, desde mi adorada Madre, pasando por abuelas, hermanas, primas, amigas, novias, sobrinas, hasta llegar a quien hoy es mi complemento, mi espejo perfecto, el amor de mi vida, mi mejor amiga, mi confidente, la mejor mujer del mundo, quien me ha dado también una hija.
Se acerca el día de la madre, y sin querer ser aguafiestas, no considero ese día “tan” especial, es decir, que a la mujer (sea madre o no) hay que celebrarla, y agradecerle tanto, todos los días, estoy consciente de que el mundo sin mi mujer no sería lo maravilloso que es, y por tantos detalles grandes y pequeños tiene mi total gratitud, aunque a veces se me olvide mencionárselo, o crea que no valoro en su justa medida el mérito y el trabajo que desempeña como parte activa e importante de nuestro núcleo familiar.
Me gusta mi mujer, por tantas cosas, pero sobre todo por eso, porque es una mujer hecha y derecha, que no tiene el menor empacho en decir que le gusta o no, y como. Una mujer que se siente plena de su libertad, de su cuerpo, de su espacio, de su mente y de sus sentimientos, que disfruta al máximo todo lo que la vida le ofrece, que pone sus sentidos alertas para captar todo sin escapársele nada, ya sea para hacer el amor, que para tirarse un buen pedo. Que aprovecha la calidad del tiempo que regala a diestra y siniestra, y que duerme reparando fuerzas al compás valseadito de sus ronquidos, que ríe, que llora, que goza, que sufre, pero que por sobre todo, ama.
Mis hijos me agradecen (sin yo tener mérito) porque saben que tienen la mejor madre que existir pudiere. No saben que el más afortunado soy yo, que vivo, sueño, respiro y duermo pensando en su madre, mi gran amor.
Sólo tú, sabes lo mucho que te amo.
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