En mi vida he tenido como seguramente todos han tenido, momentos felices, alegres, tristes, duros, difíciles, vanos, solitarios, momentos en los que parece que se nos rompe el alma por tanto dolor, momentos magníficos e imborrables, que perdurarán para siempre. De los momentos más felices y radiantes de alegría, son los nacimientos de mis tres hijos.
Si existe algo que nos demuestre la existencia palpable de Dios es ver nacer a un hijo, es un momento que culmina una espera que muchas veces desespera, pero que te cambia la vida, la actitud y hasta el semblante. Ver un ser diminuto que es parte tuya y parte suya, te atrapa para siempre, es la expresión de amor más grande que una mujer puede hacerle a un hombre, que hace a éste reinventarse y tratar de ser mejor día a día.
Desde siempre he mantenido una relación muy especial con los bebés, existe una muda comunicación con ellos, y me alegran la existencia con sólo una mirada, además huelen riquísimo… ¡a bebé!
Los bebés podrían ser considerados seres de otra galaxia, eructan, lloran, se retuercen, voltean los ojos, regurgitan, comen, duermen, tiemblan, bostezan, canalizan gases sin ninguna inhibición, vomitan, defecan, babean, suspiran, y vuelven a comer, sin embargo quien podría no sucumbir al encanto de la maravilla que es tener un bebé.
Es por estas vivencias que es una bendición tener los hijos que tengo, por todo esto y por lo que pudiera escapar a mi memoria, agradezco a la vida el que mis hijos me hayan convertido en un ser humano “haralambos”.
:) me da gusto que te sientas tan contento.
ReplyDeleteGracias Ernesto, saludos.
ReplyDelete